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La revolución educativa comienza cuando la escuela nos enseña a descubrir quiénes somos.

Actualizado: 3 abr


Niña vestida como superman, tomando clases en un aula y descubriendo sus intereses a través de IA

Es momento de replantearnos qué conocimientos están adquiriendo los niños y niñas en edades tempranas, y no solo a través de los medios y plataformas que consumen en internet, sino también desde el propio sistema escolar. Una persona promedio pasa al menos 17 años de su vida en instituciones educativas, adquiriendo información sobre diversos temas antes de enfrentarse al mundo laboral. De esos años, al menos 12 los dedicamos a memorizar contenidos que muchas veces olvidamos o no volvemos a utilizar, y a cumplir con calificaciones que rara vez determinan el éxito en la vida adulta. ¿No sería más valioso dedicar ese tiempo a conocernos mejor, identificar nuestras habilidades y descubrir nuestro propósito?


Viktor Frankl, fundador de la logoterapia y el análisis existencial, escribió que la necesidad más profunda del ser humano es sentir que su vida tiene sentido y propósito. Esa sensación es lo que impulsa a las personas a avanzar, a perseguir sus metas y a no detenerse ante los desafíos. Sin embargo, este descubrimiento suele llegar en la adultez, cuando en realidad debería comenzar desde la infancia. Si destináramos parte de ese tiempo formativo a ayudar a los estudiantes a explorar quiénes son, qué los motiva y hacia dónde quieren ir, estaríamos sembrando las bases para una vida más plena, coherente y con sentido. Aprovechar esos años escolares para fomentar el autoconocimiento infantil y descubrir el propósito desde la escuela no es solo deseable, es esencial.


Para muchos, resulta evidente que el sistema educativo actual es aburrido, y con justa razón. Hemos perdido de vista la clave para que la educación sea deseable e interesante: conectar con la curiosidad natural del estudiante y darle sentido a lo que aprende. En lugar de eso, seguimos relacionando el estudio con la idea tortuosa de memorizar para demostrar que se ha aprendido, cuando en realidad, la verdadera prueba del aprendizaje es la práctica. Solo cuando aplicamos lo aprendido en contextos reales y significativos, podemos decir que ese conocimiento ha echado raíces.


Conocer a los alumnos es el primer paso hacia una educación con propósito


Imagina a Sofía, una niña que está por ingresar a primero de primaria. Gracias a una evaluación previa de sus intereses y habilidades, sus docentes descubren que tiene talento para las ciencias, pensamiento lógico y una gran fascinación por los superhéroes. Contar con esta información desde el inicio permite diseñar experiencias de aprendizaje más significativas: aprovechar su interés por los superhéroes para fortalecer habilidades como la comunicación oral, mientras se impulsa su talento natural en ciencias con actividades que la desafíen y entusiasmen.


Sin importar la metodología educativa que adopte una institución, el punto de partida debe ser siempre el mismo: conocer profundamente a cada estudiante. Este conocimiento no solo fortalece el vínculo y la empatía entre docentes y alumnos, sino que también permite identificar áreas de oportunidad, motivaciones y talentos que muchas veces pasan desapercibidos en un sistema tradicional. Durante décadas, los exámenes estandarizados han intentado medir el aprendizaje, pero ignoran factores clave como los intereses, el contexto y el potencial creativo de los estudiantes. La educación personalizada desde la infancia propone un cambio de paradigma: dejar de preguntar si el estudiante cumple con un estándar, y empezar a preguntarnos:


  • ¿Qué lo motiva?

  • ¿Cuáles son sus talentos naturales?

  • ¿Qué necesita para alcanzar sus metas?


Con estas respuestas, es posible diseñar rutas de aprendizaje personalizadas, haciendo de la escuela un espacio donde el tiempo se aproveche para lo más importante: conocerse a uno mismo, descubrir un propósito y construir un futuro con sentido.


La inteligencia artificial como aliada en el autodescubrimiento


Este proceso de personalización del aprendizaje no recae únicamente sobre los hombros del docente. La inteligencia artificial en la educación básica puede ser una aliada poderosa, al facilitar tareas como el diagnóstico, la organización de datos y la recomendación de estrategias pedagógicas. Por ejemplo, herramientas educativas con IA pueden:


  • Analizar cuestionarios para identificar intereses, estilos de aprendizaje y habilidades.

  • Generar reportes visuales y personalizados sobre cada estudiante.

  • Sugerir actividades adaptadas a las necesidades y metas de cada alumno.


Con esta información, el docente puede dedicar más tiempo a lo que realmente importa: acompañar, motivar, escuchar y conectar con sus estudiantes en el plano emocional y humano, algo que ninguna máquina puede reemplazar. Además, al integrar a las familias en este proceso, se crea un ecosistema de apoyo donde hogar y escuela trabajan juntos para entender y potenciar el desarrollo del niño en todas sus dimensiones.


Un entorno de aprendizaje centrado en el estudiante


Cuando el aprendizaje se adapta a cada persona, el aula se transforma. Los estudiantes se convierten en protagonistas de su educación, descubren sus talentos, se conectan con sus pasiones y comienzan a visualizar su propósito de vida desde etapas tempranas. Esto no solo mejora la motivación y la retención, sino que fomenta la curiosidad, la autonomía y el compromiso genuino con su aprendizaje.


Al combinar herramientas de IA con la intuición, la experiencia y la sensibilidad del docente, es posible diseñar experiencias educativas que realmente marquen una diferencia. La personalización del aprendizaje no es una utopía: es un objetivo alcanzable cuando se cuenta con las herramientas, el conocimiento y la voluntad de poner al estudiante en el centro.

En un mundo en constante cambio, aprovechar el tiempo escolar para descubrir quiénes somos y hacia dónde queremos ir no solo es deseable, es esencial. La educación personalizada desde la infancia es el camino para hacerlo posible.


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